jueves, 22 de noviembre de 2007
EL MERCADO DEL ARTE
Para que la obra llegue al cliente es necesaria, casi siempre, la labor de un intermediario, sea marchante, vendedor, galerista o se encauce a través de las subastas. La venta es rara veces directa por parte del artista, ya sea en su taller o en lugares públicos. En el siglo XVII en España, la calle Mayor de Madrid destacó, como zona comercial, y en ella se incluía el comercio artístico, ya sea en tiendas o de manera ambulante, extendiéndose su radio de acción a la calle Toledo, Barquillo, Red de san Luis y aledaños. La figura del marchand -palabra francesa que aparece por primera vez en las relaciones del anticuario Gersaint y Wattteau o su poulain- llamado en España tratante, así como la del corredor -según feliz término utilizado por Martín González- que se encargaba de llevar las obras de arte a ultramar, son indispensables para el comercio artístico. Este fue más importante en las zonas burguesas, en especial Holanda. Las galerías de arte tienen su inicio como comercio en el siglo XIX y en Durand-Ruel su organización, siendo en la actualidad el vehículo idóneo para la venta, mientras que las salas de subastas acostumbran a no vender obras actuales, lo que las hace más un reflejo del pasado que del presente, diferenciándose de los anticuarios sólo por el sistema de venta y siendo un claro termómetro de los valores económicos del Arte. Al ser de carácter público han servido como plataforma especulativa, lanzando a la fama a autores de segunda categoría -en España, a inicios de los sesenta, suponen el auge de un pintor como Julio Romero de Torres-, han hecho subir los precios a límites insospechados -Los girasoles de Van Gogh- y han transformado gustos -el auge actual de los postimpresionistas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario